Carlos Cruz-Diez, el brillante legado de la visión del color
Carlos Cruz-Diez es uno de los artistas visuales venezolanos fundamentales, reconocido a escala internacional. A sus 95 años, el maestro del cinetismo, continúa creando, investigando, proponiendo e indagando. Su vitalidad, inteligencia, entusiasmo y perseverancia, plasmadas en una invalorable obra visual, es un ejemplo brillante del legado civil de nuestro país.
El camino que lo llevó al logro y al reconocimiento fue transitado con la convicción de que debía hacerse con trabajo sostenido y estudio. Para Cruz-Diez, en cualquier profesión el talento sin esfuerzo y estructura “no sirve para nada”. La diferencia la hace el conocimiento y esa disciplina organizada.
Con un bolso de cuero cuadrado guindado en la espalda, el maestro Cruz-Diez comenzó sus estudios en una escuela de La Pastora. Los maestros señalaban que se la pasaba “haciendo muñequitos”. Un accidente que tuvo jugando con patines, que le produjo una lesión en la rodilla y una convalecencia de dos años, lo llevó a refugiarse en el dibujo. Una amiga de la familia se fijó en su talento, le regaló una enorme caja de creyones y, a partir de ese momento, Cruz-Diez no ha parado de dibujar, pintar y experimentar con los colores.
Desde muy joven, fue un creativo activo y en constante búsqueda. En la escuela República del Perú fundó un periodiquito. En esa etapa estudiantil colaboró con viñetas humorísticas en La Esfera y la revista Tricolor. Estudió Artes Puras en la Escuela de Artes Plásticas y Aplicadas, carrera que abandonó para formarse como profesor de artes manuales y aplicadas y luego volver a esa institución como profesor. También fue director adjunto y docente de la Escuela de Artes Plásticas Cristóbal Rojas de Caracas, enseñó tipografía y diseño en la Escuela de Comunicación Social de la UCV, y fue profesor de técnicas cinéticas en la Universidad de La Sorbona.
Trabajó como diseñador gráfico en la Creole Petroleum Corporation y en el departamento de publicaciones del Ministerio de Educación; fue director creativo de la agencia McCann-Erickson e ilustrador del diario El Nacional y de otras revistas de su época. Formó parte del Taller Libre de Arte de Caracas y fundó el Estudio de Artes Visuales, también en la capital del país. En 1960 se mudó a París y desde allí continuó desarrollando su carrera profesional y creativa. En la actualidad también cuenta con una sede de su taller en Panamá.
Hoy el maestro Cruz-Diez ve la profesión de la enseñanza como un oficio en crisis porque percibe que la transmisión del conocimiento ha cambiado: los alumnos tienen acceso a mucha información y el docente, entonces, tiene que ser un orientador moral y ético, un guía de la búsqueda y organización de ese caudal de datos.
Ante la pregunta de qué es y cuál es la importancia del estudio, él explica que estudiar es saber el porqué de las cosas, asunto primordial para estar en el mundo. Cruz-Diez se propuso hacer un discurso del color y para ello leyó muchísimo, estudió, investigó y experimentó. Así, logró articular y profundizar su búsqueda sobre el cinetismo, lo cromático y las experiencias ópticas. El maestro Cruz-Diez propuso la idea de la fisicromía y nos enseñó las experiencias de la inducción cromática, la cromo-interferencia y el laberinto de cromosaturación, entre otros planteamientos. Parte de sus obras más conocidas son aquellas que desarrolló integradas a la arquitectura, que se han convertido en símbolos de los espacios, como la Ambientación cromática de la entrada al Aeropuerto Internacional de Maiquetía; la Trasncromía de la torre Phelps de Caracas, el Laberinto cromovegetal de la Universidad Simón Bolívar, la Ambientación cromática, de la central Hidroeléctrica del Guri; o la Fisicromía para Andrés Bello, de Plaza Venezuela.
La hoja de vida de Carlos Cruz-Diez incluye numerosos premios, exposiciones individuales y colectivas, presencia en las colecciones de varias galerías y museos en distintas partes del mundo pero, sobre todo, nos habla del propósito que se impuso este apreciado maestro: compartir que con su trabajo sostenido comprendió “que el problema no era mirar sino ver”.
Diajanida Hernández