El Día del Maestro no sólo es una razón para celebrar el que sin duda es el oficio fundamental de cualquier sociedad civilizada. También es motivo para expresar nuestra solidaridad hacia aquellos educadores que hoy tienen que lidiar con numerosas dificultades para ejercer su labor en el país.
En este momento en Venezuela, miles de maestros salen de sus casas a hacer un trabajo que muchas veces no recibe el reconocimiento ni la valoración que se merece, y sin embargo, persisten en medio de las mayores adversidades. Es posible que en esos profesores incansables anide una convicción que trasciende la realidad inmediata y apunte hacia un futuro esperanzador. Son personas convencidas de que no hay otro camino hacia una sociedad más saludable que el de la educación. Sin atajos ni sortilegios. Porque educar no sólo forma, también salva. Cada persona educada es un ciudadano más en esa suma posible con la que se compone –y recompone– el organismo de un país. Ante esa laboriosa tarea educativa, los maestros merecen nuestro mayor reconocimiento. En su entrega diaria brilla una dignidad con la que siempre estaremos en deuda.