Emilio Lovera: Humor y libertad
Emilio Lovera ha llegado a esa etapa en la que su sola presencia basta para instaurar la sonrisa cómplice entre los venezolanos. Es automático: verlo es poner entre paréntesis a la seriedad y disponerse a entrar en ese estado de gracia donde la risa es una forma de liberación. Su imagen está inscrita en la zona más alegre de la memoria nacional. Cualquiera que lo recuerde de aquellos años en la célebre Radio Rochela –y son millones quienes lo recuerdan–, de inmediato evocará a Perolito, el Waperó, Gustavo el Chunior, Chepina Viloria, Palomino Vergara… decenas de personificaciones que integran el imaginario costumbrista del país. Son muchos los rostros, las voces, las encarnaciones que habitan en Emilio Lovera, pero el deseo ha sido uno solo desde el principio: hacer felices a los demás.
Sin embargo, ese deseo tuvo su origen, y acaso su razón de ser, en una infancia ajena a la alegría. Nacido en Caracas el 31 de agosto de 1961, Emilio Alejandro Lovera Ruiz pierde a su madre a los cuatro años. Él y su hermana quedan bajo la custodia del padre y empieza lo que en sus palabras define como el “régimen del terror”. 12 años en los que la violencia y la humillación paternas son parte de la rutina, y la única tarea del hijo es cumplir con las obligaciones escolares. Como era de esperarse, estudiar bajo amenaza lo entrena para la desobediencia. Eso explica la diversidad de instituciones educativas por las que transita –incluido un colegio militarizado–, sin que despierten en él otro entusiasmo que no sea el de permanecer al menos unas horas lejos de casa. El estudio no es por esos años su prioridad, pero se hace respetar entre sus compañeros y docentes debido a un talento singular para el humor. Tal es su habilidad, que algunos profesores se confiesan incapaces de contener la risa y reprenderlo. El ambiente colegial le deja a Emilio Lovera una enseñanza no prevista en los programas oficiales: su adiestramiento como comediante.
Puertas adentro, Lovera aprende desde niño a sobrellevar el autoritarismo y la crueldad que imperan en su casa. En el encierro de su cuarto, se refugia en las páginas de Mark Twain, Robert Louis Stevenson, Alban Butler y Aquiles Nazoa, entre otros clásicos de su biblioteca, pero, sobre todo, se desdobla en figuras de la música y la televisión para provocar así la simpatía de quienes le celebran sus desternillantes imitaciones. Fugas de la imaginación y la risa que logran amortiguar una larga sucesión de maltratos, hasta que se produce el escape final, a los 17 años, cuando Emilio Lovera termina el bachillerato y huye, literalmente, de su casa.
Afuera lo recibe el rigor de la calle, donde incluso llega a dormir dentro de los carros cuando no consigue un cuarto prestado. Luego trabaja en una fábrica de ropa y como mensajero de una empresa. Logra inscribirse en la Escuela de Comunicación Social de la UCAB, pero a los dos meses se retira por motivos económicos. Se casa a los 21 años con su primera novia, con quien vive durante más de dos décadas y tiene un par de hijos.
Después de trabajar un año en Radio Rochela Radio, Emilio Lovera ingresa en 1982 al elenco televisivo del afamado programa humorístico, iniciando así un camino de formación y ascenso en su carrera. En ese espacio emblemático de Radio Caracas Televisión permanecerá 23 años construyendo su figura como humorista y descubriendo algo que de joven le parecía insólito: que podía ganar dinero haciendo reír a los demás. Su mirada crítica –propia del humorista nato– advierte también que la comedia en la televisión venezolana no recibía el mismo reconocimiento y presupuesto que los programas dramáticos. Lo que sobraba de las telenovelas era destinado a la limitada producción de los programas de humor. Aunque con los años, Lovera y otro grupo del gremio contribuyeron a elevar la importancia y el respeto que merecen los espacios de la comedia, esos entretelones del espectáculo le dejan una lección ya intuida en la infancia: el humor suele fabricarse con los desechos del drama.
Además de su labor en Radio Rochela, Lovera forma parte de programas como Federrico y Kiko Botones, acompañando al famoso comediante mexicano Carlos Villagrán. En 1986 tiene su primer programa en solitario llamado Gavimán. En 1996 estrena Humor a Primera vista, haciendo dupla con su colega Laureano Márquez, además de participar en varios programas radiales. Otras series que llevan la marca de su talento son Emilio Punto Combo, La cámara indiscreta y Las mil caras de Emilio Lovera. En 2010, decide realizar, junto con los creadores de El Chigüire Bipolar, la exitosa serie animada Isla Presidencial, en la que dobla la voz de todos los personajes. En 2011, se estrena Misión Emilio, que dura hasta 2014. Incursiona también en el cine, participando en Papita, maní, tostón; Er relajo del loro (donde hizo la voz del loro) y Paquete #3. De unos años para acá, y a raíz de la disminución de espacios de humor en la televisión venezolana, se han multiplicado sus espectáculos en vivo, dentro y fuera del país, que lo mantienen en contacto con una audiencia que colma sus presentaciones e impulsa su imagen a escala internacional.
Si alguien puede dar fe de los alcances curativos del humor, ese es Emilio Lovera, un sobreviviente de la adversidad que halló en la risa, pero sobre todo en la risa compartida, un amortiguador de las penas. Esa forma ingeniosa de entereza que, en casos extremos, puede salvar vidas. De ahí que en esta entrega para Guao, Lovera no duda en aconsejar a los profesores que empleen los recursos del humor durante sus clases, “porque lo que se aprende por medio de la risa –afirma convencido–, jamás se olvida”. Palabras de quien sabe también que el humor es una manera de ejercer la libertad de pensamiento.
Luis Yslas