En esta suerte de memoria íntima y compartida, Luis María Ugalde Olalde, S. J., mejor conocido como el padre Ugalde, nos permite conocer parte del origen y desarrollo de su vocación formadora a través de un anecdotario en el que su compromiso de vida adquiere la sólida imagen de un camino firme y ejemplar, invitándonos a la construcción de una ciudadanía sustentada en la educación de valores.
El padre Ugalde es una de las conciencias educativas más importantes de Venezuela. Su labor pedagógica, social y religiosa está respaldada por una experiencia de más de medio siglo en la que destacan su formación en Filosofía y Letras, Sociología y Teología, sus años de docencia en el Instituto de Teología para Religiosos, la Universidad Central de Venezuela, la Universidad del Zulia y la Universidad Católica Andrés Bello –donde fue rector de 1990 a 2010–, así como innumerables cargos y reconocimientos entre los que sobresalen la presidencia de la Asociación de Universidades de la Compañía de Jesús de América Latina, la dirección del Centro de Reflexión y de Planificación Educativa de los Jesuitas, la dirección de la Revista SIC, la autoría de más de treinta libros y cientos de artículos de opinión, el Premio Nacional de Periodismo (1997), y la incorporación como Individuo de Número a la Academia de Ciencias Políticas y Sociales de Venezuela, por citar apenas una muestra de los muchos méritos que hacen de este jesuita oriundo del País Vasco una figura representativa de la historia de la educación contemporánea en el país.
Nacido el 2 de diciembre de 1938 en Vergara, un pueblo de la provincia Guipuzcoa, el niño que luego dedicaría su vida a la educación, cuenta que vio transcurrir sus primeras experiencias como alumno de un colegio público, en un arco de tiempo en el que coinciden los estragos de la Segunda Guerra Mundial y los primeros años del gobierno franquista. En esa evocación aparecen maestros como don Elías o Luis Armendáriz, quienes, pese a la rigidez de sus métodos pedagógicos, la escasez de libros y los limitados recursos de la época, supieron despertar en él una vocación que, de no ser por su enseñanza, tal vez habría pasado inadvertida, o no se hubiera desarrollado de manera consistente.
Confiesa el padre Ugalde haber sido un buen alumno, muy dado a los deportes, con una temprana inclinación religiosa, y apasionado de la historia, a tal punto que décadas después retomaría ese entusiasmo de la infancia realizando varios postgrados en los que obtendría los títulos de Especialista en Historia Económica y Social de Venezuela, Magister Scientiarum en Historia y Doctor en Historia.
No deja de mencionar tampoco aquellas materias que le resultaron poco estimulantes, como la música, la biología o la química, aunque hace énfasis en que son más bien los profesores los encargados de contagiar la curiosidad y el interés por las asignaturas y disciplinas del conocimiento, así como de descubrir en el alumno habilidades que el propio alumno desconoce. Un educador, en ese sentido, es un descubridor de aptitudes latentes que, gracias a su oficio pedagógico, se convertirán en destrezas futuras: posibles.
“Sin buenos educadores, no hay educación”, afirma el padre Ugalde con la convicción de quien lleva varias décadas formándose y formando ciudadanos en un país que ha adoptado como suyo desde aquel día de 1957 en que llegó de España como voluntario jesuita. Resalta asimismo una de las paradojas de una sociedad donde todos los padres quieren que sus hijos tengan los mejores educadores, pero pocos padres quieren que sus hijos estudien educación. Esta situación, señala, obliga a los profesores a resistir y, al mismo tiempo, a comunicar verdades fundamentales para la convivencia ciudadana.
Consciente de que en estos tiempos ser maestro es nadar a contracorriente, el padre Ugalde subraya la necesidad de transmitir la idea de que sin buenos maestros la sociedad no tendrá un futuro promisorio, y de que la educación no debe entenderse como un castigo para quien la imparte o la recibe, sino como uno de los deportes más gustosos.
De esta manera, el padre Ugalde nos abre las puertas de una memoria diáfana y confesional, donde resaltan las certezas adquiridas durante una existencia que ha sabido ejercitarse con notable desempeño en la siempre urgente y enriquecedora disciplina de la educación humanista.
Luis Yslas